ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

26 de julio de 2011

UNA DE VAQUEROS: IGNOMINIA

En el horizonte la luna se recuesta roja sobre la arena. Una suave brisa agita, muy leve, restos de las huellas que Lou dejó al pasar por allí. Su caballo y su revólver fueron los más rápidos y temidos del Oeste. Muchos quisieron hacer uso de esa fama, pero nadie tenía tan buena puntería, y fueron descubiertos. No mataba a cualquiera, siempre elegía con precisión a las víctimas. Parecía que actuaba de manera impulsiva, pero eso no era cierto. Sólo tomaba decisiones rápidas.
Ese día -como tantas otras veces, se apeó del caballo -pareja de muchos años- arrastró las botas e hizo tintinear las espuelas contra la arena machacada. De un golpe abrió la puerta de la taberna: entrar y hacerse el silencio, fue todo una misma cosa. Las mujeres que bailaban quedaron con las piernas suspendidas por largos instantes, los hombres no se atrevían a mirar desde atrás del juego de poker.
-Pueden seguir- dijo con los pulgares firmes sobre ambos percutores. Los índices deseosos, temblaban.
Todo volvió a la normalidad: el pianista -sudoroso- prosiguió con la melodía, el humo de los cigarros continuó el recorrido hacia las ventilaciones del salón, se agitaron de nuevo los vestidos.
Ya en el mostrador -con todas las miradas cargadas en la espalda- pidió un whisky doble que bajó de un sólo sorbo por la garganta. Hizo lo mismo unas diez veces más -todos las contaron en secreto- y sin pestañear siquiera, salió del lugar.
Se subió al caballo y lo palmeó -¡Vamos a casa Silver!- le susurró en la oreja. El negro animal, obediente, emprendió el galope.
-Es una buena persona -pensó el caballo mientras recorría raudo el pueblo- No pesa demasiado, me susurra las órdenes, me da de comer bien, y jamás me pone en peligro. Además nos entendemos: nada mejor que hablar las cosas; sino fuera por eso ya hace rato que hubiera dejado las riendas colgadas y huido a cualquier parte.
Esos pensamientos fueron interrumpidos por el balazo traidor que tiró a Lou al suelo, Silver pudo ver cómo le manaba sangre desde el vientre. Sin poder hacer nada se echó a un lado a esperar la muerte.
Tantas almas anotadas en la culata del revólver no eran ciertas, él en verdad era el único que sabía que eran muchísimas más. Habían recorrido muchas tierras de diferentes colores, se habían escondido tras miles de rocas y pernoctado en infinidad de cuevas frías. Le había visto descerrajar tiros de gracia de perfección inigualable. Llegó a afinar tanto la puntería que disparaba siempre al mismo lugar del corazón y desde cualquier distancia -eso se convirtió en una marca inimitable- No podía creer que ahora estuviera ahí, sobre el suelo, corcoveando en las ancas de la muerte.
Muchas horas después el pueblo se animó a acercarse al cuerpo inerme y polvoriento. El comisario Smith fue el responsable de cargarlo hasta la funeraria y obligó al señor Master a jurar sobre la Biblia que jamás develaría ese secreto. Después lo depositó sobre la mesa sin pulir, por la que habían desfilado tantos pueblerinos menos ilustres que el bandido. Lo único que no pudieron cambiarle fue el rictus del rostro. Desde la vidriera del almacén donde tuvieron que exhibir el trofeo de la ley y el orden, la cara de la insospechada Louise, sonreía.

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