ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

9 de agosto de 2012

CATÁLOGO DE MUESTRAS




Había pasado toda la vida intentando no comerse las uñas. Al fin lo había logrado. O eso creía. Nada es para siempre- se dijo mirando por la ventana. El sol de mayo caía en sus ojos mientras el aire le cortaba el pelo.
Así se veía Ella mientras revisaba un catálogo. Antiguo. Que devolvía la solemnidad de otras fotografías, que entonces eran modernas. Esto, le confirmaba la finitud de todo. Lo que antes estaba y ahora no. Lo que seguía. Quedado en un anagrama de pocos nombres. En un corto acrónimo y anacrónico suspiro de pocas letras. Iniciales de cada uno de sus muertos.
Se miraba las extremidades calcáreas que ahora tenían forma. Esfuerzo recompensado en un esmalte nacarado sobre sus dedos. Cada tanto, alejaba sus manos para observarlas con orgullo mientras se probaba anillos. 

- ¿Puedo acompañarla?- la sorprendió Él- aparecido de la nada. Aparentemente. 
- Estoy ocupada- contestó Ella como si el hombre siempre hubiera estado ahí. 
- Disculpe, no quería interrumpirla, ni ser maleducado, pero tiene usted unas manos muy bellas – dijo mirándola a los ojos. 
- Gracias. Muy amable- dijo lacónicamente. 
- ¿Me permite?- agregó Él mientras le acariciaba los dedos. 
- La verdad que no. No me interesa para nada lo que tenga para decir. Menos que quiera tocarme. Soy dueña de mi cuerpo... Bueno, al menos por ahora lo soy. Un día ya no estaré, y nada será mío. Ni siquiera este envase que me transporta - agregó sarcástica.
- ¡Sabía!. En realidad suponía que usted era así -dijo elevando un puño con la mirada hacia el cielo.
- ¿Así cómo? ¿Qué insinúa? 
- No insinúo nada. Simple intuición, apenas. Con solo mirarla me he dado cuenta: usted ha sufrido mucho. 
- ¿Y cómo cree saber eso? 
- Sus ojos son lo primero que he visto. Y apenas en un breve instante me han revelado lo necesario para saber quién es usted, más allá de lo que pueda decirme. Así que aunque me eche, no voy a retirarme. No quiero perderla. No voy a permitirlo. 
- Creo que está apresurando las cosas. No imagino que es lo que cree usted sobre mi, qué ha imaginado. Pero no soy lo que piensa. Créame. 
- Se equivoca. Completamente. Le aseguro que sé quién es usted. Qué quiere. Qué desea. Por quién ha llorado. Y reído. Sé que no son pocos. 
- ¿Me acusa usted de algo acaso? 
- Para nada. Muy lejos de mí está dañarte - Y se acercó un poco más hacia Ella, que se quedó quieta, sin saber por qué no le producía miedo aquel hombre, que además ahora la tuteaba. 
- Tus ojos, son un catálogo de muestras – dijo mientras le pasaba el brazo por encima de los hombros. 

Ella suspiró sin arrepentimientos mientras Él - un poco cursi- cortaba una margarita amarilla que despuntaba entre los pastos de la plaza
- Un hombre galante – pensó- No estoy acostumbrada. Y apenas lo conozco. Sólo estas palabras que ha dicho. Como si en verdad supiera.
- Te noto sorprendida. La flor es el comienzo de nuestra nueva vida. Juntos.
- Es que no entiendo nada. No sé quién sos. A qué viniste. Por qué regalarme algo sin motivo. O dejar que me abraces.
- Porque sí, solo porque sí. No debería haber preguntas tan extrañas. Me conocés, pero no tenés memoria sobre eso. Soy yo que he vuelto.
- ¿Vuelto de dónde?
- De entre la niebla que en algún momento hemos habitado.
- Disculpame pero no tengo tiempo para acertijos. Y menos para metáforas espirituales. Y bastante boludas.
- ¡Lo que me faltaba! -se increpó- otro suelto de la calesita... ¿Es que tengo un imán para este tipo de sujetos? Sinceramente, no puedo creer que esto esté pasando nuevamente. Como una centrifugadora mental que no para de secarme.
- Dejá que te acompañe, flaca. Sé que me estabas esperando. Soy Yo. 
- ¿Vos? ¿Y quién carajo sos, o te creés que sos? Mejor te vas. 
- No puedo irme. Sé. Estoy seguro, y no por agrandarme -agregó contradictoriamente- que vos querés lo mismo que yo. 
- No quiero nada nene. No quiero nada. Estaba muy tranquila poniéndome la capa de esmalte. No necesito que venga un imbécil más a mi vida, encima, para cagármela. 
- Te quiero desde que tengo memoria. 
- ¿Estás loco? Sí, definitivamente ¡estás loco! ¿Quererme? Hace media hora que estoy sentada acá. Y nunca había venido. Dejate de joder y seguí tu camino. 
- No, no puedo. 
- Perfecto. Entonces me voy yo. 
- No, no, por favor. No entendés. Dejame que te explique. 
- No, dejá, no me expliques nada. No tengo ganas de seguir escuchando mentiras de un hombre. Ya tuve suficientes. 
- ¿Ves que no estoy equivocado? Sé que sufriste mucho. 
- ¡Qué mago, mirá vos, descubriste la pólvora! ¿Quién no ha sufrido? ¿Quién no? Es fácil adivinar, algo tan obvio.
- No es obvio. Tus ojos son diferentes. En ellos puedo ver que ese dolor te ha cambiado. Hay que saber mirar. No todos han aprendido de lo que les ha pasado. Pero vos sí. Por eso Ella, la que eras, ahora se hizo Otra. Y yo las conozco a ambas. 
-  Mirá querido, dejate de “filosofía barata y zapatos de goma”. 
- Charly. Sabía que te gustaba. Te vi en un recital hace veinte años. Aunque no puedas creerlo, ahí estaba yo. 
- Claro, claro. Cualquiera podría entender la referencia. Una simple canción no es muestra de nada.
- Eso es cierto. Pero recuerdo que vos tenías el pelo largo. Bien negro. Y eras mucho más delgada. 
- Eso es fácil de deducir: mis cejas siguen siendo oscuras. Ya no soy joven. Bien o mal, el cuerpo de una mujer cambia. Igual, gracias por decirme que estoy gorda. 
- No, no entendés. Quise decir que te recuerdo. Un día. Mejor dicho una noche. En un estadio. Había un recital.
- Sí, había recitales en ese entonces. Como los hay ahora. 
- Quiero decir, cuando recién arrancaba la movida. Cuando venían por primera vez los mejores. En vivo. Aquellos que coreábamos con las guitarras desafinadas en las reuniones clandestinas. “Te encontraré una mañana”... - dijo tarareando la melodía.
- … “dentro de mi habitación”...- continuó sorprendida.
- Eso. Eso. Vos estabas con un grupo. Sentada en el pasto, esperando que empezara la función. En la entrada abríamos los bolsos de colores para que nos revisaran los milicos.
- ¡Cierto! Y a las mujeres nos revisaban el pelo, para ver si llevábamos porros como horquillas... - suspiró.
- Tal cual. Vos tenías el pelo largo, con rulos en las puntas. Naturales. Un jean gastado y unas sandalias de cuero artesanales. Una blusa blanca con puntillas... 
- … Y una ruana beige para cubrirme del frío.
- Entonces. Sentada con tus amigos, fumabas. Te acomodabas la ropa porque empezaba a refrescar. Era primavera. 
- Los tipos en el escenario probaban las luces y el sonido. Decían, hola, hola, un, dos, tres, probando. Y todos nos parábamos creyendo que iba a empezar, pero se iban.
- Volvíamos al lugar, sentados, en cuclillas. O tirados boca arriba, esperando las estrellas. Y ahí estabas vos, con una hojilla, esparciendo el tabaco. Desparramando las hebras sobre el papel amarillo. 
- Con mucha torpeza. Como siempre.
- Yo estaba en la otra punta. A unos cuantos metros. Mirando como vos tratabas de enrollar el cigarrillo. Dabas vuelta el paquetito entre tus dedos. Infructuosamente. Pasabas la lengua para pegar un lado con el otro, e intentabas enroscar la punta... 
- … Pero se me desarmaba.
- Y volvías a empezar. Con mucho empeño. Mientras, tres grupos más allá, yo me desesperaba. Pensaba, qué linda, y qué sola. Ninguno de sus amigos se da cuenta. Así que tomé valor. O fue un impulso. No lo sé...-
- ¡Y te apareciste así de la nada! Y me dijiste: - Flaca, hace rato que te estoy observando ¿me dejás que te arme el cigarro? ¡La verdad que me ponés nervioso! Y en dos segundos, enroscaste el tabaco en el papel, y me devolviste el “armado” encendido y pitado para que lo fumara.
- Me miraste con esos ojos marrones, que ahora ya son otros, más lindos, más curtidos, me dijiste “gracias” con la timidez de entonces. Yo volví a mi lugar, justo cuando empezaban a tocar los primeros acordes y la gente se paraba en un grito de primeras libertades. Y te perdí en la multitud. Hasta hace un rato.



9 de mayo de 2012

CÓMO TE DIGO





La prostituta madre que te trajo al mundo. Y el imbécil de tu padre que dejó que traspasara una gota de su esperma. De ahí venís. De ese polvo que fue, y ahora es tierra. Arena. Nada. Abandonado en una gruta luego del efímero placer. Treinta segundos sublimes. Treinta segundos que no dicen de vos más que un nombre perdido entre tantos. Perdidos en la ciudad. Confundiéndose con Otros que se parecen pero son distintos. Porque provienen de otros polvos instantáneos. Búsquedas o descuidos. Amores y terrores.
Cómo te digo. Cómo te hago notar que no valés nada. Y que además sea con astucia. Para destruirte. Para devolverte la estocada epicúrea que me diste. Sí. Venganza sería la palabra. Ahora. Mañana. Pasado ya será tarde. Porque estarás frío entre mis tinieblas. Que ya no serán tales. Y habrás dejado de ser un ángel caído con el tiempo.
Cómo te digo que me robaste. Y que yo dejé que me estafaras. Aquello que todos veían y que te ocupaste de derrumbar así, sin más. Sin darme nada. Y yo quería esa nada. Porque era tuya. Y me complacía.
Cómo destruirte sin que te des cuenta. En la distancia. Desde este paraíso que he podido construir gracias a tu desprecio. Dejando de soñar con lo imposible.
Cómo rogar que aparezcas convertido en otro. Y que vos no seas. Y que nunca pueda compararte. Porque ya no voy a comprar nada parecido. Eliminar tu número telefónico, tu cédula, tu aire. Abortar aquellos treinta segundos en que dos te dieron vida. Para que un día te cruzaras con la mía, por gusto, por azar, por desgracia. Y que juntáramos las ganas. El dolor. La ira. Y nos habláramos por horas. Donde yo te consolaba. Donde vos hablabas solo, sin escucharme.
Cómo hacer para que la dicha llegue sin remedios. Sin parches en los pies que ya me duelen tanto por haberte sostenido en mis espaldas. Sacarme tu piel como una camisa y deshecharla en el contenedor sin reciclarla. Salir a comprar botones nuevos para desabrochármelos con Otro. Y que quiera desnudarme sin prejuicios. Sin usarme.
Cómo dejar de perder el tiempo que me queda y es muy corto, en apagar la luz de tu farolito embalsamado. Quitar tus cuadros de las paredes interiores. Pintar de nuevo sin derrumbar la casa. Porque la casa tenía olor a tu perfume. Baratija insomne. Pulcritud hipócrita con calzoncillos gastados que yo supe coser. Horno sin pan. Boca sin dientes. Lengua para besar a nadie.
Decime cómo hacer. Por una vez. Sólo una vez. Para matarte.