ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

13 de diciembre de 2011

OBJETO PERSECUTORIO

Es algo más que eso. Es algo peor que eso. La vida se ha convertido en aquello que ya había pasado. Lo evitado. Lo imposible. Lo que se repite.
La historia que tuve, no fue por opción. Ahora sí. Ahora yo era dueña de mis actos. Libertad. Con el gran costo que la misma tiene. Es cansancio y enojo. Es rabia. No hay palabras bellas para definir estas sustancias internas. No hay posibles sustituciones para esos nombres. Es pena. Fragilidad. Odio. Asco.
Hacer lo que los otros quieren. Cuando quieren. Cuando se les canta. Salir corriendo a cubrir las necesidades que en el fondo ese otro no quiere resolver. Yo auxiliar. Como si fuera una gomería las veinticuatro horas del día. Comodidad. Queja. Inhabilidad que se autojustifica.
Psiquis invadida. Energía destruida. Que se pega, se hace melaza desde el desayuno hasta pasadas las doce de la noche. Triste calabaza que no se convierte. Y no se convertirá en nada. Porque la nada es tan profunda que difícilmente pueda ser ocupada más que por sí misma. Nada. Pura. Expansiva. Completa. Sin un hada madrina que pueda hacer la magia de conceder los deseos. Porque para ella Dios no existe. Sí las ninfas. Duendes. Entidades. Espíritus. Ante la traición, vienen las facturas. Ante la traición, hay cobranza. La venganza feroz de aquello implacable que nadie puede manejar. De lo que no se puede huir.
Pegar la vuelta para el que está cerca es toda una tarea. Es como quedarse seco. Aferrado a las raíces para no quebrarse. No pasa por los recuerdos. No es simple ni remueve. Es algo que fagocita al otro. No deja respirar. Como un parásito colgado al cuello. Como una gargantilla que nadie quiere mirar. Porque se va ajustando. Como el garrote vil. Y ponés las manos para que no te asfixie. Pero sangran. Se entabla la lucha entre la sangre y las lágrimas. Corren juntas por las mejillas desacostumbradas. Corren en “ese” abrazo que al menos sostiene, y evita que te hundas. Perdón es una palabra limitada para este llanto. No hay disculpa posible por haberse encarcelado en la misma celda que otro, voluntariamente. No hay perdón para sumarle a otro lo que no le corresponde.

3 comentarios:

  1. este texto responde perfectamente a mi estado actua, una descripicion calcada, gracias por compartir, hace que me sienta menos monstruo, menos sola.

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    1. Helvia, a todos alguna vez nos pasa. Son momentos.Gracias por tu comentario

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