ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

26 de julio de 2011

AMOR RESPONSABLE



La puerta automática del ascensor retrocedió por el zapato de taco negro. Dejó paso a las medias que calzaban un par de piernas algo gordas, la pollera semiajustada recortaba un gran culo y más arriba, una camisa de seda entreabierta mostraba el espacio de dos tetas por nacer. Llevaba una gran carpeta roja atada por moños, tenía un sombrero achatado y unas enormes caravanas que hacían juego con los ojos grises.
- ¿A qué piso vas? - le pregunté
- Al octavo ¿y vos? - dijo con cara de qué te importa
- Sí, sí... también
El silencio se hizo incontenible.
Ella miró mis zapatos - como si siempre mirara los zapatos de los hombres- las manos, después miró mis ojos. Le devolví la mirada fuerte, intensa. Estábamos solos.
Cerca del tercer piso ella respiró hondo, los pechos se elevaron - me pareció casi hasta la barbilla- y se rompió el primer botón. Cuando vi asomar la puntilla del sutien me puse al lado.
Ella midió mi bragueta y desabrochó el primer tramo del cinturón.
Toqué el botón de parada y el ascensor se detuvo en seco. Mientras le mordía el cuello pregunté:
-¿En serio vas al octavo?
- Hoy empiezo a trabajar ahí- dijo ella con la respiración entrecortada. Una de mis manos ya había encontrado la forma de meterse entre sus piernas, la otra abría más la blusa y pellizcaba la punta de un pezón.
- Yo también - alcancé a decir mientras ella me bajaba los pantalones de una vez.
- Pará... pará... - cortó ella. ¿Tenés forros?
Me costó unos segundos reaccionar. Mis instintos comenzaran a bajar por la ladera de la razón. Seguí mirándola sin decir palabra, mientras observaba cómo el placer se hacía humo y escapaba por el respiradero del ascensor.
Frente a mi estupor insistió:
- Si, loco, sin forros ni ahí- y empezó a acomodarse la blusa y el sombrero, después apretó el botón y la esporádica cama móvil se puso en marcha.
El indicador marcó el ocho con un aro naranja.
Nos bajamos sin mirarnos mucho, y enfilamos por el primer corredor, al fondo a la derecha.

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