ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

26 de julio de 2011

LUNA LLENA


Fue una noche de primavera, de esas que hacen creer que ya es enero. Decidimos bajar a la playa. El resto del grupo, a pesar del calor, se quedó al rededor del fogón. La luna alumbraba el mar negro. Emilio y yo decidimos caminar por la orilla. El agua estaba tibia, yo empecé a salpicarlo. Él me corría. Yo lo salpicaba. Él intentaba alcanzarme. Se tiró sobre mí y caímos en la arena. Forcejeamos. Logró separarme las piernas y trancarlas con una de las suyas entre medio. El agua me lamió los pies. Intenté zafar pero no pude. No quería. Había dejado de ver a Emilio como el amigo del grupo con el que compartía salidas. Ahora me excitaba el roce de su rodilla contra mi pelvis. Comencé a moverla en forma circular. Él metió su mano por debajo de mis pantalones cortos y se estuvo así un rato. Después arrancó la parte de arriba de mi traje de baño, pellizcó los pezones, los chupó. Yo seguí así. Sólo podía gemir y moverme. El mar se sincronizaba conmigo. El mar negro. Negro como mi gruta explorada por los dedos llenos de arena de Emilio. Él me frotó hasta hacerme doler todo el cuerpo. Yo no podía contener las convulsiones que me provocaban ese gran placer. Rodeé sus nalgas con mis manos, comencé a explorar con el dedo dentro de ellas. Sentí el calor que subía por mi mano. Él tembló, dijo algo pero no me importó, me concentré en la tarea. Después lo forcé a darse vuelta, metí mi lengua todo lo que pude, lo llené de saliva, después introduje poco a poco algunos dedos más. Gimió y lo solté. Por ahora era suficiente. Él me puso arriba y nos besamos. Con la lengua recorrí su pecho y fui bajando lento hasta la cintura. Llegué a lo que él deseaba. Me senté. Sentý su miembro en mis profundidades. Moví mis caderas. Salí. Volví a ponérmelo en la boca, paladeé los fluidos de ambos por un rato. Volví a sentarme y a girar mi vulva, completa por la estaca de Emilio. Él trataba de incorporarse y masajearme los pechos, cuando me ponía arriba intentaba morderme los labios. La luna estaba gorda y blanca, llena de leche. Emilio ya no resistía más mis embates. Me ajustó contra él y manejó mis caderas con sus manos. Gritamos. Sentí la luna bajar por mi entrepierna. Me acosté sobre su abdomen y descansamos abrazados.





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