Esta
caries se agujereará tan profundo que ya no tendré boca. Es tan
horrible palparme que sólo me miro al espejo. Allí, la imagen
fallece ante la oportunidad del reflejo. Es tan horrible, que ni
siquiera hay lugar para el descenso de las frágiles y transparentes
gotas, que deberían supurar por lo que fueron mis ojos.
Todo
se vuelve intangible desde estos callos que impiden acercarme
comestibles al nuevo orificio por el que ahora debo alimentarme. La
basura se ha acumulado, sobre todo debajo de la mesa; ni siquiera
alcanzo a descolgar la escoba, y el músculo del único muñón no
puede darle impulso. Apenas puedo husmear quién anda por ahí, los
olores se diluyen, se esfuman, y casi no penetran por la única fosa
nasal que han podido reconstruirme. Ya nadie golpea a mi puerta, es
más, han optado por no pisar la vereda, pues el líquido que se
escurre constantemente de este cuerpo ha comenzado a descender por
los escalones hacia la calzada, y en unos días probablemente, llegue
hasta la próxima esquina.
No
sé, me he aburrido de este lugar, el barrio ya no es el mismo, así
que me mudaré; compraré un sobre azul y me enviaré por correo a
alguna parte.
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