ERÓTICOS y AFINES


En este blog encontrarán una guarida, que es mía, y de todos. Un lugar donde se refugian la escritura -particularmente la erótica- y aquellas palabras que resurgen, resuenan, y se encadenan hacia otros rumbos.

“Un escritor tiene que saber mentir”

Emilio Rodrigué

6 de julio de 2011

MANUAL DE OTOÑO PARA DESBORDADOS

Para Luis, que espera volver del desierto.
La mañana empieza fría. Ponemos una manta por las noches. Nos ovillamos al borde de la cama, de cubito dorsal, o como mejor nos plazca. Solos, llenamos el lugar con libros u otras porquerías. Juntos, vamos cercando la postura del otro, separándonos de a poco, cuando el calor aplasta. No es casualidad que nazcan tantos niños de estas temperaturas. Andamos de sandalias y el clásico saquito, colgado de una mano al mediodía.
Del otro lado del mundo, hay gente que despierta, rodeada por la arena del desierto. Contando los días para retornar al país en primavera. Las flores se marchitan; hay hojas perennes y caducas. Una paleta baja, de Barradas, contrasta con el verano de Pareja durante el mismo día. Se mezcla la ansiedad, porque avisa el invierno, que es más largo que todo, y más triste que nada. El marrón y el gris combinan con el verde de la espalda de alguno que anda por ahí enamorado, sin tener en cuenta de qué color se pinta cada casa. Se prenden las estufas. Y se apagan. La gripe amenaza. O se concreta. Nos vamos a la cama con dolor en la garganta, y lágrimas de resfrío; para adentro. Obligados, ponemos a dormir nuestras tristezas.
A veces, con suerte, alguien te alcanza un vaso de agua, el remedio de una caricia, un paño para la frente o las axilas.
A veces, estás solo. Mareado en la madrugada. Con el sopor de la angustia por castigo. Bajás a abrir la puerta para el surtido de almacén, o la llegada del galeno. Únicos visitantes de esa cuarentena. No podemos dormir. La boca seca. Los sueños que el inconsciente no perdona, babean a las tres de la mañana, y te dejan despierto, dando vueltas y vueltas, intentando despejar las equis de la ecuación que ni siquiera sabés si es cierta. Entre la sumatoria de las enes y las zetas, todo da igual a cero, y uno empieza a sentirse cucaracha, en la teoría que se inventa. Un axioma. Un silogismo, sin verdadero o falso que como resultado permita reconciliar el sueño. Y explayarse en las olas de la noche. Desde la cama, no se ven perspectivas. Se miran los ángulos de aquello que desborda. Frente a los baobabs, la inmensidad se despliega entre las sábanas.
Desbordado significaría “sin borde” o “sin bordado”, aquel que perdió la trama, el punto. El hilo. El tejido de la espera. El regreso de la isla. El Guernica de Picasso. Las madejas que se cruzan en los puntos de un dibujo, muchas veces sin sentido. Pinceladas que gastan la ilusión de otros diseños.
Tal vez un gaucho, solo, toma mate desde la pared del cuadro. En la rueda, junto al fuego, con la yerba o hierba que cada quien prefiera. Tal vez, compartiendo el aroma, las bondades del buen té, del café humeante, que borda en el pañuelo de un buen vino, la comunión de palabras entrelazadas, y las risas de aquellos que circulan.
La calle, al mirar por la ventana, sigue su ruta entre gorros y pañuelos, botas de cuero, manuales bajo el brazo, portafolios y carteras. Y por el vidrio, tratás de averiguar qué van pensando, cómo son sus vidas. Si es que piensan. Si es que viven. Y uno en el desierto, con, y sin arena, cerca o tan lejano. Tratando de hablar con otro idioma que no sean los grises, a la espera de que el invierno pase fugaz, para que la rosa no se resfríe y crezca sola, sin su cúpula, cuando madure la primavera.

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