Había
pasado toda la vida intentando no comerse las uñas. Al fin lo había
logrado. O eso creía. Nada es para siempre- se dijo mirando por la
ventana. El sol de mayo caía en sus ojos mientras el aire le cortaba
el pelo.
Así
se veía Ella mientras revisaba un catálogo. Antiguo. Que devolvía
la solemnidad de otras fotografías, que entonces eran modernas.
Esto, le confirmaba la finitud de todo. Lo que antes estaba y ahora
no. Lo que seguía. Quedado en un anagrama de pocos nombres. En un
corto acrónimo y anacrónico suspiro de pocas letras. Iniciales de
cada uno de sus muertos.
Se
miraba las extremidades calcáreas que ahora tenían forma. Esfuerzo
recompensado en un esmalte nacarado sobre sus dedos. Cada tanto,
alejaba sus manos para observarlas con orgullo mientras se probaba
anillos.
-
¿Puedo acompañarla?- la sorprendió Él- aparecido de la nada.
Aparentemente.
-
Estoy ocupada- contestó Ella como si el hombre siempre hubiera
estado ahí.
-
Disculpe, no quería interrumpirla, ni ser maleducado, pero tiene
usted unas manos muy bellas – dijo mirándola a los ojos.
-
Gracias. Muy amable- dijo lacónicamente.
-
¿Me permite?- agregó Él mientras le acariciaba los dedos.
-
La verdad que no. No me interesa para nada lo que tenga para decir.
Menos que quiera tocarme. Soy dueña de mi cuerpo... Bueno, al menos
por ahora lo soy. Un día ya no estaré, y nada será mío. Ni
siquiera este envase que me transporta - agregó sarcástica.
-
¡Sabía!. En realidad suponía que usted era así -dijo elevando un
puño con la mirada hacia el cielo.
-
¿Así cómo? ¿Qué insinúa?
-
No insinúo nada. Simple intuición, apenas. Con solo mirarla me he
dado cuenta: usted ha sufrido mucho.
-
¿Y cómo cree saber eso?
-
Sus ojos son lo primero que he visto. Y apenas en un breve instante
me han revelado lo necesario para saber quién es usted, más allá
de lo que pueda decirme. Así que aunque me eche, no voy a retirarme.
No quiero perderla. No voy a permitirlo.
-
Creo que está apresurando las cosas. No imagino que es lo que cree
usted sobre mi, qué ha imaginado. Pero no soy lo que piensa.
Créame.
-
Se equivoca. Completamente. Le aseguro que sé quién es usted. Qué
quiere. Qué desea. Por quién ha llorado. Y reído. Sé que no son
pocos.
-
¿Me acusa usted de algo acaso?
-
Para nada. Muy lejos de mí está dañarte - Y se acercó un poco más
hacia Ella, que se quedó quieta, sin saber por qué no le producía
miedo aquel hombre, que además ahora la tuteaba.
-
Tus ojos, son un catálogo de muestras – dijo mientras le pasaba el
brazo por encima de los hombros.
Ella
suspiró sin arrepentimientos mientras Él - un poco cursi-
cortaba una margarita amarilla que despuntaba entre los pastos de la
plaza
-
Un hombre galante – pensó- No estoy acostumbrada. Y apenas lo
conozco. Sólo estas palabras que ha dicho. Como si en verdad
supiera.
-
Te noto sorprendida. La flor es el comienzo de nuestra nueva vida.
Juntos.
-
Es que no entiendo nada. No sé quién sos. A qué viniste. Por qué
regalarme algo sin motivo. O dejar que me abraces.
-
Porque sí, solo porque sí. No debería haber preguntas tan
extrañas. Me conocés, pero no tenés memoria sobre eso. Soy yo que
he vuelto.
-
¿Vuelto de dónde?
-
De entre la niebla que en algún momento hemos habitado.
-
Disculpame pero no tengo tiempo para acertijos. Y menos para
metáforas espirituales. Y bastante boludas.
-
¡Lo que me faltaba! -se increpó- otro suelto de la calesita... ¿Es
que tengo un imán para este tipo de sujetos? Sinceramente, no puedo
creer que esto esté pasando nuevamente. Como una centrifugadora
mental que no para de secarme.
-
Dejá que te acompañe, flaca. Sé que me estabas esperando. Soy Yo.
-
¿Vos? ¿Y quién carajo sos, o te creés que sos? Mejor te vas.
-
No puedo irme. Sé. Estoy seguro, y no por agrandarme -agregó
contradictoriamente- que vos querés lo mismo que yo.
-
No quiero nada nene. No quiero nada. Estaba muy tranquila poniéndome
la capa de esmalte. No necesito que venga un imbécil más a mi vida,
encima, para cagármela.
-
Te quiero desde que tengo memoria.
-
¿Estás loco? Sí, definitivamente ¡estás loco! ¿Quererme? Hace
media hora que estoy sentada acá. Y nunca había venido. Dejate de
joder y seguí tu camino.
-
No, no puedo.
-
Perfecto. Entonces me voy yo.
-
No, no, por favor. No entendés. Dejame que te explique.
-
No, dejá, no me expliques nada. No tengo ganas de seguir escuchando
mentiras de un hombre. Ya tuve suficientes.
-
¿Ves que no estoy equivocado? Sé que sufriste mucho.
-
¡Qué mago, mirá vos, descubriste la pólvora! ¿Quién no ha
sufrido? ¿Quién no? Es fácil adivinar, algo tan obvio.
-
No es obvio. Tus ojos son diferentes. En ellos puedo ver que ese
dolor te ha cambiado. Hay que saber mirar. No todos han aprendido de
lo que les ha pasado. Pero vos sí. Por eso Ella, la que eras, ahora
se hizo Otra. Y yo las conozco a ambas.
-
Mirá querido, dejate de “filosofía barata y zapatos de goma”.
-
Charly. Sabía que te gustaba. Te vi en un recital hace veinte años.
Aunque no puedas creerlo, ahí estaba yo.
-
Claro, claro. Cualquiera podría entender la referencia. Una simple
canción no es muestra de nada.
-
Eso es cierto. Pero recuerdo que vos tenías el pelo largo. Bien
negro. Y eras mucho más delgada.
-
Eso es fácil de deducir: mis cejas siguen siendo oscuras. Ya no soy
joven. Bien o mal, el cuerpo de una mujer cambia. Igual, gracias por
decirme que estoy gorda.
-
No, no entendés. Quise decir que te recuerdo. Un día. Mejor dicho
una noche. En un estadio. Había un recital.
-
Sí, había recitales en ese entonces. Como los hay ahora.
-
Quiero decir, cuando recién arrancaba la movida. Cuando venían por
primera vez los mejores. En vivo. Aquellos que coreábamos con las
guitarras desafinadas en las reuniones clandestinas. “Te encontraré
una mañana”... - dijo tarareando la melodía.
- …
“dentro de mi habitación”...- continuó sorprendida.
-
Eso. Eso. Vos estabas con un grupo. Sentada en el pasto, esperando
que empezara la función. En la entrada abríamos los bolsos de
colores para que nos revisaran los milicos.
-
¡Cierto! Y a las mujeres nos revisaban el pelo, para ver si
llevábamos porros como horquillas... - suspiró.
-
Tal cual. Vos tenías el pelo largo, con rulos en las puntas.
Naturales. Un jean gastado y unas sandalias de cuero
artesanales. Una blusa blanca con puntillas...
-
… Y una ruana beige para cubrirme del frío.
-
Entonces. Sentada con tus amigos, fumabas. Te acomodabas la ropa
porque empezaba a refrescar. Era primavera.
-
Los tipos en el escenario probaban las luces y el sonido. Decían,
hola, hola, un, dos, tres, probando. Y todos nos parábamos creyendo
que iba a empezar, pero se iban.
-
Volvíamos al lugar, sentados, en cuclillas. O tirados boca arriba,
esperando las estrellas. Y ahí estabas vos, con una hojilla,
esparciendo el tabaco. Desparramando las hebras sobre el papel
amarillo.
-
Con mucha torpeza. Como siempre.
-
Yo estaba en la otra punta. A unos cuantos metros. Mirando como vos
tratabas de enrollar el cigarrillo. Dabas vuelta el paquetito entre
tus dedos. Infructuosamente. Pasabas la lengua para pegar un lado con
el otro, e intentabas enroscar la punta...
-
… Pero se me desarmaba.
-
Y volvías a empezar. Con mucho empeño. Mientras, tres grupos más
allá, yo me desesperaba. Pensaba, qué linda, y qué sola. Ninguno
de sus amigos se da cuenta. Así que tomé valor. O fue un impulso.
No lo sé...-
-
¡Y te apareciste así de la nada! Y me dijiste: - Flaca, hace rato
que te estoy observando ¿me dejás que te arme el cigarro? ¡La
verdad que me ponés nervioso! Y en dos segundos, enroscaste el
tabaco en el papel, y me devolviste el “armado” encendido y
pitado para que lo fumara.
-
Me miraste con esos ojos marrones, que ahora ya son otros, más
lindos, más curtidos, me dijiste “gracias” con la timidez de
entonces. Yo volví a mi lugar, justo cuando empezaban a tocar los
primeros acordes y la gente se paraba en un grito de primeras
libertades. Y te perdí en la multitud. Hasta hace un rato.