La
prostituta madre que te trajo al mundo. Y el imbécil de tu padre que
dejó que traspasara una gota de su esperma. De ahí venís. De ese
polvo que fue, y ahora es tierra. Arena. Nada. Abandonado en una
gruta luego del efímero placer. Treinta segundos sublimes. Treinta
segundos que no dicen de vos más que un nombre perdido entre tantos.
Perdidos en la ciudad. Confundiéndose con Otros que se parecen pero
son distintos. Porque provienen de otros polvos instantáneos.
Búsquedas o descuidos. Amores y terrores.
Cómo
te digo. Cómo te hago notar que no valés nada. Y que además sea
con astucia. Para destruirte. Para devolverte la estocada epicúrea
que me diste. Sí. Venganza sería la palabra. Ahora. Mañana. Pasado
ya será tarde. Porque estarás frío entre mis tinieblas. Que ya no
serán tales. Y habrás dejado de ser un ángel caído con el tiempo.
Cómo
te digo que me robaste. Y que yo dejé que me estafaras. Aquello que
todos veían y que te ocupaste de derrumbar así, sin más. Sin darme
nada. Y yo quería esa nada. Porque era tuya. Y me complacía.
Cómo
destruirte sin que te des cuenta. En la distancia. Desde este paraíso
que he podido construir gracias a tu desprecio. Dejando de soñar con
lo imposible.
Cómo
rogar que aparezcas convertido en otro. Y que vos no seas. Y que
nunca pueda compararte. Porque ya no voy a comprar nada parecido.
Eliminar tu número telefónico, tu cédula, tu aire. Abortar
aquellos treinta segundos en que dos te dieron vida. Para que un día
te cruzaras con la mía, por gusto, por azar, por desgracia. Y que
juntáramos las ganas. El dolor. La ira. Y nos habláramos por horas.
Donde yo te consolaba. Donde vos hablabas solo, sin escucharme.
Cómo
hacer para que la dicha llegue sin remedios. Sin parches en los pies
que ya me duelen tanto por haberte sostenido en mis espaldas. Sacarme
tu piel como una camisa y deshecharla en el contenedor sin
reciclarla. Salir a comprar botones nuevos para desabrochármelos con
Otro. Y que quiera desnudarme sin prejuicios. Sin usarme.
Cómo
dejar de perder el tiempo que me queda y es muy corto, en apagar la
luz de tu farolito embalsamado. Quitar tus cuadros de las paredes
interiores. Pintar de nuevo sin derrumbar la casa. Porque la casa
tenía olor a tu perfume. Baratija insomne. Pulcritud hipócrita con
calzoncillos gastados que yo supe coser. Horno sin pan. Boca sin
dientes. Lengua para besar a nadie.
Decime
cómo hacer. Por una vez. Sólo una vez. Para matarte.